De mi amado Gustavo Adolfo...
Dejé la luz a un lado, y en el borde
de la revuelta cama me senté,
Mudo, sombrío, la pupila inmóvil
clavada en la pared.
¿Qué tiempo estuve así? No sé: al dejarme
la embriaguez horrible de dolor,
expiraba la luz y en mis balcones
reía el sol.
Ni sé tampoco en tan terribles horas
en qué pensaba o que pasó por mí;
solo recuerdo que lloré y maldije,
y que en aquella noche envejecí.
Es lo que hay
Hace 3 meses
No digáis que, agotado su tesoro,
ResponderEliminarde asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.
:-)